Un asesino en serie tiene en vilo a la ciudad de NY. Sus
acciones no entran en los esquemas conocidos por los criminalistas. No elige a
sus víctimas. No las mira a los ojos mientras mueren… no elimina a una persona
en cada asesinato. Golpe masivamente.
La explosión de un edificio de 20 plantas, seguida del
descubrimiento casual de una vieja carta, conduce a la policía a enfrentar una
realidad espantosa… Y las pocas pistas sobre las que los detectives trabajan
terminan en callejones sin salida: el criminal desaparece como un fantasma.
Vivien Light, una joven detective que esconde sus dramas
detrás de una apariencia dura, y un antiguo reportero gráfico, con un pasado
que prefiere olvidar, son la única esperanza para detener a este homicida. Un
viejo veterano de guerra llevado por el odio. Un hombre que se cree Dios.
En la contraportada nos aparece dicha descripción del libro,
nos lo narran como algo trepidante que no llega a serlo tanto, y con un asesino
que parece ser muy inteligente, y lo es, a quién si no se le ocurriría esconder
bombas por Nueva York de ese modo.
Un final un tanto sorprendente pero también confuso, como
nos llega ese hijo que desconoce a su padre ¿a ser cura? Por otro lado, me
parece bien resuelto con ese desdoble de personalidad que le atribuyen a McKean
que no te esperas en ningún momento, pero ¿cómo llega a ese estado? Estaría bien haberlo explicado.
En cuanto a los personajes principales, Vivien y Russell,
desde que se cruzan se adivina el final de su historia, quizás está un poco de
relleno pero no le quita valor al relato, cada uno con sus dramas personales:
parientes muertos, enfermos, con mala relación… que los une y los atormenta y
al mismo tiempo, les ayuda a llevas a buen puerto su investigación.
Es un libro sin muchas pretensiones, del que no esperaba
gran cosa cuando lo compré hace unos días pero que te hace pasar un buen rato
con las investigaciones que se producen.
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